«Taxidermia», gore pomposo

Tres actos. Tres generaciones. Tres ambiciones. Y no añado más porque entonces rompo la tríada de “Taxidermia” y queremos que esto quede bonito, tal así como fue la intención del director húngaro, György Pálfi. Otra cosa es que ambos lo consigamos. Al menos, él no te va a dejar indiferente con su película.


Y odio ese tipo de frases hechas. Cuando alguien me dice que una película resulta genuinamente impactante, que voy a tener que verla con un cubo al lado para no vomitar o que algunas escenas son tan repulsivas que harían llorar al forense de C.S.I., luego acabo arrastrando una decepción irritante durante unas cuantas horas después.

En este caso, nadie me contó lo que iba a ver. No me previnieron y a Dios doy gracias, porque entonces el batacazo habría sido más grande. No obstante, sé que no puede dejarte indiferente del todo porque es de esas películas incómodas, sobre todo si has decidido verla acompañado, y, aunque no la clasifiques dentro del archivador de tu cabeza, si alguien la saca a colación ocho años y nueve meses más tarde, tú chasquearás la lengua o bufarás, puede que hasta sonrías.

Tríptico de las perversiones

En la primera parte nos encontramos con la historia de un soldado poco afortunado con una desesperación sobrecogedora por el sexo. Espía a las chicas jóvenes de la zona, se masturba con el fuego y hasta se tira a la antítesis del erotismo que su jefe tiene por esposa. Esto, por supuesto, lo hace encima de un cerdo. El sexo es sucio, es puerco, es un impulso atávico.

De un acto desmesurado, solo puede salir un bebé que pague el exceso de sus padres. Y así es. El crío se hace un deportista de élite, aunque no en el sentido que entendemos: en realidad, se da atracones de comida cronometrados y es bastante bueno, pero no el mejor. Encuentra a otra comilona que lo quiere y juntos, además de comer, se dan amor y nace nuestro siguiente protagonista.

No sigue los pasos de su padre porque es un flacucho endeble, sino que se hace taxidermista, otra profesión sórdida en este triángulo de personajes singulares.

Perfecto, pero, ¿adónde nos lleva todo esto?

¿Sinceramente? El argumento es atractivo, pero el contenido resulta pretencioso y vacío. Se pierde entre ese inmenso espacio que el director dedica a centrarse en la sordidez, grosería, casquería y demás parafernalia gore que entorpece la historia.

La intención del húngaro no es, sin duda, crear personajes profundos con historias complejas. Le gusta inquietar al espectador, espantarle, pero mantenerlo sujeto por el hilo del morbo, un hilo que se hecha de menos a la hora de unir las historias, incluso dentro de la continuidad de cada parte. Una pena porque los tres hombres de la película, sobre todo los dos últimos y en especial el taxidermista, daban para explayarse y navegar en sus extrañas mentes.

Su propósito es loable: eso de convertir la repugnancia en arte no lo hace todo el mundo y Pálfi debe de haberlo conseguido porque, no solo ha servido la polémica en un plato bien grande, sino que le han concedido varios premios por “Taxidermia”. Aplaudo a aquellos que han conseguido ver la belleza en los vómitos, en la obesidad extrema y decadente o en el sexo depravado. No es que a mí me dé asco o huya del contenido violento: qué va, albergo una marcada admiración hacia todo lo que arranque una emoción, pero tengo el defecto de darle peso al argumento.

Más allá del sexo, de la fama y de la inmortalidad, no veo otras aspiraciones o motivaciones en cada eje de la historia. No me llega el mensaje, aunque he disfrutado de la extravagancia y una fotografía decididamente espectacular.

Recomendaría echarle un vistazo, saltando algunos trozos si se hacen insoportables, o quizá empezando a partir de la segunda parte. Al fin y al cabo, tampoco es para tomársela en serio, pues la anuncian como una pesadilla de , lo cual es sinónimo de surrealismo al cuadrado. Me gustaría intercambiar impresiones. Cualquier comentario sobre la «Taxidermia» del 2006, será muy bien acogido.