Crítica “Amour”

Todo cinéfilo tiene que pagar un precio. No nos referimos al coste de la entrada y a su escalada de precios (cualquier día tendrán que pedir una hipoteca para poder ir al cine). Hablamos de ese periodo de bagaje por el desierto que nos toca vivir durante meses de blockbusters y películas menores. Lo que ocurre es que, cuando uno está a punto de sucumbir al desánimo llega el invierno y con él los grandes filmes de la temporada, que hacen que olvidemos las malas rachas, y que volvamos a enamorarnos del cine. Precisamente eso, “Amour” es lo que nos trae Haneke en su última cinta. Pero Haneke es Haneke, de modo que su concepción del amor es como una maza que impacta directamente en el corazón del espectador, dejándolo aturdido durante días.

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La experiencia cinematográfica que propone el director austriaco es, si cabe más tan turbadora que el resto de sus obras. Haneke conoce muy bien el mundo en el que vive, lo coge en sus manos y lo manipula de manera enfermiza para extraer su esencia más profunda, del mismo modo que lo hacía Jean-Baptiste Grenouille en la novela de “El Perfume”. Los que creían que el director de “Funny Games” o “La cinta blanca” había sucumbido finalmente a las convenciones sociales y que al fin abría una rendija en su apariencia de hierro para dejarnos ver al entrañable “abuelito” que es, se equivocan tremendamente. Sí es cierto que nos ofrece esa rendija para que observemos, si bien lo que encontramos es oscuridad y sombras. Michael Haneke no ha cambiado, sino que ha perfeccionado el estilo mostrado en su ópera prima “El séptimo continente”, cinta con la que “Amour” guarda grandes similitudes.

Este “Amour” al que se refiere el título de la cinta es el que comparten Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva. una pareja de octogenarios que vive en París, ya retirados del mundo de la música. Cuando el personaje de Riva sufre una grave parálisis que limita su movilidad de forma notable, la relación de la pareja entra en una nueva y compleja dimensión. La enfermedad de la mujer es degenerativa y el futuro ha dejado de existir para ambos.

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La cinta nos transporta al hogar de los protagonistas, nos invita a entrar y luego cierra por fuera. Ahí comienza el honesto ejercicio de realismo de un realizador que ha llegado a los 70 años, al igual que sus personajes. Sus preocupaciones han cambiado y las muestra con una honestidad perturbadora, cruel y dolorosa. No hay hueco para sentimentalismos inútiles. De nada sirve lamentarse. La vida es así, guste o no. Llega un momento en el que solo se puede caminar sin levantar la vista del suelo.

Probablemente, al salir de la sala se pregunten en qué momento han dejado de respirar, cogerán aire y llenarán sus pulmones, pero no notarán como el oxígeno llega al resto de su cuerpo hasta pasados días o semanas. Así es Michael Haneke y así será siempre.