Crítica: ‘Anna Karenina’ de Joe Wright

‘Anna Karenina’ es la última adaptación en cine del clásico de León Tolstòi. Quien ha ideado el proyecto es Joe Wright, director de películas como ‘Orgullo y prejuicio’, ‘Expiación’, ‘Hanna’ o ‘El solista’. La historia en general es la misma, no nos hallamos ante un universo nuevo que descubrir, sino un enfoque estético brillante que mucho tiene que ver con la obra dramatúrgica del realizador y la del espléndido guionista Tom Stoppard . Esto último es el punto donde la película se luce.

La ‘Anna Karenina’ de Joe Wright destaca por su puesta en escena y por un enfoque naturalista de los personajes, así como de la composión de la historia a través de los diferentes episodios ‘amorosos’ de cada uno. Es decir, el film, aunque recoge la crítica a la sociedad de la época en la última etapa de la rusia zarista, su hipocresía y convenciones, se centra en la expresión de las emociones.

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Para el tema de la moralidad y el ‘dilema social’ es el lado teatral el que parece plasmar con fuerza los detalles sórdidos y las diferentes versiones del amor que se ofrecen. Nos explicaremos, ya que es en este aspecto donde reside la novedad de esta traslación: los decorados son un teatro. Un teatro decadente que trata de asimilar la moda francesa de la época, como ocurría con las maneras y ropas de la clase alta rusa. No es que este espacio se disfrace de otros, sino que se hace presente de manera consciente como metáfora del artificio de las normas sociales opresivas, falsas y destructivas.

La sucesión de escenario a escenario dentro de este juego absurdo de apariencias y roles se da en el mismo teatrillo al que se le cambian los fondos y atrezos, e incluso se emplea el backstage  tanto trasero como en las alturas.  Si dos secuencias en ‘dos sitios distintos’ de este mundo social ‘ficticio’ se encadenan, el movimiento interno dentro del teatro se vuelve esencial para cambiar el decorado dentro del lugar. Es entonces cuando cobra protagonismo la música y la coreografía. Así la forma circular del relato, que empieza y acaba y empieza con el escenario y el tren, adquieren un ritmo casi poético. De hecho el tren es en ciertos momentos un juguete que cobra vida, que sale y entra de la plataforma de la ‘representación’.

No obstante, cuando la vivencia de los personajes se vuelve más auténtica, aparecen los espacios abiertos o más realistas. En concreto esto se ve con el personaje de Levin, un noble que vive apartado de la sociedad opulenta y que prefiere el amor puro y el trabajar junto a sus sirvientes.

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La música como ya hemos dicho es muy importante, tanto en la faceta de la composión a cargo de Dario Marianelli, como por la coregografía de  Sidi Larbi Cherkaoui, que se ve en los vals de las fiestas, para generar el efecto mágico del amor en general, así como para caracterizar a los personajes: su forma de moverse y tocarse implica también la personalidad y el estado de cada uno, así como de sus mundos. Los camareros bailan, los asistentes a las fiestas se mueven con determinado tempo y hasta los jornaleros usan con ritmo el azadón.

El vals es, además, un elemento enormente revelador, no sólo porque así se desarrolla el primer pico de amor y desamor, sino por que es de una delicadeza única y un auténtico diálogo de parejas. Por otro lado, la presencia en de esta danza entra en juego de una y otra manera, también es símbolo de un mundo que se deshace y que gira hacia su propio fin, en varios sentidos. En contraste surgen otras músicas folclóricas  rusas que suelen coincidir con los momentos de ‘libertad’.

Anna Karenina

Por supuesto, con todo esto se cocinan las diferentes versiones del amor y del perdón y ambos entremezclados: el primer amor, el amor pasional, el amor incondicional, el destructivo o fatúo, el amor puro, el amor real o valiente, el amor maternal y el familiar. De la manera de amar de cada uno se genera la del perdón como una mera necesidad para continuar.

En todo esto ‘Anna karenina’ luce, y gracias también a todos sus actores: Keira Knightley, protagonista absoluta, está bella y justa, contenida en su gesto como no cabe esperar, pero apasionada como debe; Jude Law aporta profundidad a la figura de Karenin, su marido, que en otras versiones queda más de lado, y el amante, Aaron Taylor Johnson, sorprende en esta faceta de galán. Sin embargo, entre la pareja de amantes falta más química, sobre todo si se tiene en cuenta las de anteriores versiones, así como mayor presencia física, pues son quizás tan delgados, tan aniñados, tan suaves que no tienen toda la fuerza requerida para los papeles.  Junto a ellos  y algo más apropiados vemos a Ruth Wilson, Domhnall Gleeson, Matthew Macfadyen o Kelly MacDonals.

Es una pena que a pesar de todo esto, Anna Karenina quede un poco sosa, algo vacía y quizás algo contenida. El romance se apresura, parece más pasional que real en función de esa buscada visión ‘naturalista’ y el diálogo es, para gusto de algunos, algo limitado. Esto no impide que no podamos disfrutar de una obra estupenda que quizás lo fuera aún más si el lugar de contar una vez más la historia conocida hubiera optado por emplear toda esta rica maquinaria visual en un relato diferente.

Si queréis revisitar el trailer de Anna karenina, una mujer valiente que rompió las normas sociales, y dejó abiertamente a su marido por un amor verdadero e irrefrenable,  aquí en Bitacine lo podéis ver.