Ya ha llegado a España la última producción de Timur Bekmambetov, director de «Wanted» y otras películas que, por votación popular, no sobrepasan el cinco raspado. ¿Consigue «Abraham Lincoln: Cazador de vampiros» incrementar la nota media de su filmografía?
A decir verdad, apenas he seguido la trayectoria de este director kazajo. He visto «Wanted» y, aunque no me entusiasmó, no reniego de ella. El otro día me invitaron al cine porque, sinceramente, si tengo que apoquinar yo mis euros, no habría elegido esta biografía apócrifa de uno de los presidentes de Estados Unidos más conocido por todo el globo terráqueo.
Yendo de gorra y con las pretensiones por los suelos, «Abraham Lincoln: Cazador de vampiros» causó una buena impresión en mí. El argumento es una tontería: el tema se ha puesto de moda y no es ninguna novedad coger a un personaje histórico y mezclarlo en un barullo fantástico para explicar más o menos ese período de la historia. La parte buena es que toda la producción está enterada de que es una chorrada y la película no va de sobrada ni pretende dar lecciones de absolutamente nada. Eso es un gran punto a su favor.
Otro punto le concedo por el casting. Reunir a Dominic Cooper, Rufus Sewell, Alan Tudyk (me supo a poco), Jimmi Simpson y Benjamin Walker tiene su mérito. También fue un gusto ver a Mary Elizabeth Winstead: parece que los años no pasan para la Lady Marian de Robin Hood.
El guión hace aguas varias veces, pero tiene una coherencia que se refleja en la mínima evolución del personaje principal, Abraham Lincoln, o en las motivaciones de los vampiros. No se le puede pedir mucho. En cuanto uno empieza a pensar, mete la pata. Como ejemplo, podemos poner la historia de Henry, el maestro de Abraham. De repente, sin que nadie le pregunte -y sin que el espectador muestre interés- se pone a relatar por qué es lo que es. Su novia le suelta una piedra que de verdad hace que se te revuelva el estómago. No recuerdo la frase literal, pero le dice algo así: «Que el carro se detenga no significa que nosotros no avancemos«, muy amorosa ella y le da un beso. Un milisegundo más tarde, vemos un montón de caballos por el camino que aparecen al trote como mínimo.
Está bien. Se lo pasamos. También tenemos que hacer otras concesiones, pero si no somos muy rigurosos, esta película tiene el potencial suficiente para entretenernos. Hay que perdonar por otro lado un uso abusivo de la cámara lenta que, aunque ya se dibujaba en «Wanted», me recuerda sospechosamente a Guy Ritchie y no creo que sea un estilo que emular. A cambio de nuestra clemencia, Benjamin Walker hace un buen trabajo junto a un Jimmi Simpson sibilino y un Dominic Cooper que crece como actor, pero se acerca peligrosamente al histrionismo. No obstante, supongo que también es culpa de la producción en la que se encuentra porque el mismo toque exagerado le veo a Rufus Sewell.
Una crítica que se le hace a la película como algo negativo es su caducidad: como hay una marcada ausencia de una fotografía inspiradora o conmovedora, no nos acordaremos en una semana de que hemos visto «Abraham Lincoln: Cazador de vampiros». A mí eso no me parece un aspecto malo. La misión de esta película no es perdurar en ninguna retina o, más difícil aun, hacer reflexionar. No trata realmente sobre la esclavitud, desde luego no es un documental de Lincoln y mucho menos un drama histórico. ¿Por no ser nada de eso debe ser condenada? ¿No podemos dejarle un espacio al entretenimiento más simple y adictivo?
Quizá no derramo lágrimas porque no tuve que poner ni un céntimo, pero creo que, de haberlo hecho, habría salido con una sonrisa del cine de todos modos. Otra cosa que me gustó es que no hay ningún Booth ni final en el teatro. No fueron sutiles en este aspecto porque la sutileza no cabe en Timur Bekmambetov, pero no se molestaron en recrearlo y es algo que se termina agradeciendo.
Si alguien quiere ver una película seria sobre Abraham Lincoln, que se espere a la producción de Steven Spielberg o vaya buscando «La conspiración» con un James McAvoy a la altura de las necesidades de su defendida.