«El ídolo caído», crítica a las mentirijillas

Esto no es una apología a favor de alguna celebridad bélica que murió en combate ni de una cuestión religiosa, sino una crítica a aquella película que precedió a la gran obra por la que Carol Reed  ha pasado a la historia del cine, “El tercer hombre”.

Y esa película es “El ídolo caído”, la primera colaboración del cineasta con el famoso escritor Graham Greene; de hecho, es la adaptación de un relato corto de este autor que, desgraciadamente, no he podido encontrar todavía sin recurrir a Amazon. En cualquier caso, al no haber leído la historia, puedo ser más objetiva con la “adaptación” y no crisparme o maravillarme ante las libertades que toma la dirección.

Empezando por la parte técnica, “El ídolo caído” tiene muchos puntos. El primero de ellos es la acentuación del contraste de luces. Carol Reed es un director excepcional, aunque infravalorado. En los momentos de tensión es cuando más notamos el juego de colores y el necesario apoyo que ofrecen para incordiar al espectador. Hay dos o tres escenas que sobrecogen, aunque es algo que esperamos por las intrigas que genera la trama.

Otro punto a su favor es la música. Correcta, acompaña bien y cumple su función: se echaría en falta si fuera completamente muda, pero no opaca actuaciones ni asume el protagonismo.

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Las escenas se suceden casi íntegramente en una misma localización, lo cual es un acierto porque contribuye a hacernos partícipes de un ambiente enrarecido, un poco aburrido y monótono en el que cualquier acontecimiento juega un papel importante.

Las actuaciones son interesantes, pero es todo lo que puedo decir al respecto. No me malinterpretéis: Ralph Richardson, Michaele Morgan y Sonia Dresdel hacen un trabajo bueno y creíble, especialmente, quizá, ésta última, pero sus personajes no han llegado a calarme hondo. Mi hipótesis es que es que a los protagonista les hace un desarrollo más profundo. En cuanto a Jack Hawkins, creo que hay muy buen trabajo de dirección, pero bajo las mismas reglas.

Sinopsis de «El ídolo caído»

El argumento es, posiblemente, lo que más me haya gustado del largometraje y lo he reservado para el final. Nos situamos en una embajada desconocida de un país francófono e intentamos meternos en la complicada vida de un niño (Hawkins) que vive allí porque su padre es el embajador. No hay otros niños cerca y su compinche inseparable es la mano derecha de su padre, el mayordomo Baines (Richardson). Éste está casado con la señora Baines (Sonia Dresdel), que no es ni la mitad de maja y representa el lado más estricto de la crianza. El mayordomo es enrollado con el chiquillo y le llena la cabeza de pájaros. Estimula su imaginación hasta el punto de contarle mentiras donde se representa como un héroe de guerra. El niño siente una adoración suprema por él.

Un día el jovencito se escapa detrás de Baines y éste no tiene más remedio que dejarse acompañar en el momento más inoportuno, pues el hombre tiene un secreto que podría tambalear la vida en la embajada. Afortunadamente, no es ninguna intriga política, sino una querida que presenta al niño como una sobrina. Ya os podéis figurar más o menos cómo sigue la cosa: la señora Baines se entera de que es dueña de una exuberante cornamenta invisible gracias a una indiscreción del pequeño, y, claro, ella no se va a quedar de brazos cruzados.

Supongo que la moraleja inmediata es no confiar secretitos a un crío y mucho menos secretos que pongan en riesgo algo importante para ti que tú mismo deberías tratar, pero también hay otra importante que se desvela al final y es que la verdad solo tiene un momento, después ya es tarde.

La película es interesante por la relación que muestran entre el mayordomo y el niño y el desarrollo de esa bola de nieve que se va haciendo más grande a medida que ciertos acontecimientos importantes tienen lugar, incluidas las consecuencias psicológicas que dan título a la obra, “El ídolo caído”. También es un ejercicio cinematográfico para acercarse a Carol Reed e, incluso, a Graham Greene. Una película de ese cine clásico que deja un buen sabor de boca sin ser espectacular.

Un 8 sobre 10 no sería una nota inmerecida.