Crítica: ‘Jurassic World’ o no juegues con un dinosaurio

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‘Jurassic World’ es la cuarta entrega de las aventuras de los dinosaurios recreados genéticamente más famosos de la historia. Esta tercera secuela de la original ‘Parque Jurásico’ de 1993  al igual que las dos anteriores carecen de la gracia y el encanto de la primera, basandose más en la parte cínica, de la descabellada idea de intentar controlar a animales ciclópeos, y en este caso de intentar ser dios, de vender lo invendible y de alabar un capitalismo tóxico y deshumanizante. Por supuesto, todo esto a través de animales descontrolados que se comen a los visitantes de la isla.

La historia de ‘Jurassic World’, la de siempre: un parque de dinosaurios que lucha por mantener sus beneficios, para lo cual han creado un dinosaurio modificado genéticamente para ser nuevo y feroz, tan feroz que, como se insinúa desde el el principio, es fácil que sea incontrolable, pero que será capaz de atraer la atención de los visitantes. Pasa lo que imagináis y acaba y como todos ya hemos visto, con plano final más que nostálgico.

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‘Jurassic World’ despliega de esta manera todo su arsenal de efectos especiales y criaturas gigantes y especialmente centrados en los carnívoros y peligrosos. En esta batalla acierta, desde luego los dinosaurios están mejor logrados que en la segunda y tercera entrega, donde el exceso de lluvia y noche no permitía ver mucho más que lo que ya habíamos visto en la primera.

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Argumentalmente la cosa es bastante diferente: no hay nada de lo entrañable y mágico de lo primero, no hay fantasía ni misterio o suspense, sólo crítica y acción. No descubrimos animales extinctos que han vuelto a la vida, sino atracciones de feria, con una cara más que conocida. Este film que podía también interpretarse como un reinicio o reboot nos cuenta los mismo pero de forma más pesimista, mezcla temas de las películas anteriores y hace algunos guiños, pero sin encandilar y desde luego sin sorprender, por mucho que Bryce Dallas-Howard mantenga el tipo y corra por una isla selvatica sin quitarse los tacones y que  Chriss Pratt en su faceta de Star Lord marine, preparándose para ser el próximo Indiana Jones,  se pasee rebosando esa nueva faceta de chulo carismático. Vamos que ni siquiera se saltan el beso romántico innecesario, ni la pelea clásica  de bestias propia de cualquier película de bichos (‘Parque Jurásico’, ‘King Kong’, ‘Pacific Rim’, ‘Godzilla.’ )

Ni siquiera el guión se esfuerza por espaciar la sorpresa o dar algún giro inesperada y las frases o el cinismo, se agrupan en un par de frases seguidas (y casi sin respirar) sin gracia ni desparpajo. El humor está muy contado, y es una pena, porque cuenta con un par de secundarios con muy buenas posibilidades, por no hablar del gancho natural de Pratt.

También hay un intento de recrear la trama familiar mediante la incursión, ya un poco cansina, de dos niños en peligro, que se las apañan mejor que los adultos, como en las anteriores ediciones, hermanos y sobrinos de la directora del parque. El relato, en cualquier caso, nos presenta un parque en funcionamiento que ha conseguido ser un auténtico éxito, a pesar de la prueba fallida inicial y su lista de víctimas. No obstante, este zoo prehistórico no es un lugar donde los dinosaurios fascinan, sino que son exhibidos para divertir. Los niños y los adultos asumen como normal que estos increíbles seres vivos nazcan, respiren, se mueven: sólo quieren verlos hacer los números como un circo de loros.

 

Jurassic World’ se doblega frente a la premisa de su propia catástrofe: la gente sólo quiere animales más grandes y con más dientes. ¿Es eso lo que queremos ver de verdad? Pues en la vida real, nos tememos que si,  viviendo de forma fría, aletargados dentro de un sistema viciado y materialista, sin darnos cuenta de lo cautivador  y bello de la vida, sin impresionarnos. Sin embargo, ¿la película consigue engañarnos también?. En parte si, pero en parte no, ya que la acción y los monstruos, que vuelven a captar nuestra atención, están muy bien conseguidos, el ritmo es muy ágil y sus dos protagonistas tienen cierta química, (no explotada lo suficiente), pero para quienes han visto la primera, hay que decirlo:  nada es comparable al recuerdo de la infancia de una de las películas más memorables de Steven Spielberg, quien como el resto sólo se ha quedado para pasar por caja.