Crítica «La Noche Más Oscura» (Zero Dark Thirty)

No es sencillo afrontar el análisis de un filme como «Zero Dark Thirty». Si ustedes no han tenido oportunidad todavía de ver la película de Kathryn Bigelow, estamos hablando de un ejercicio cinematográfico de un nivel de perfección tal, que resulta obsceno. No se lo tomen como una exageración, pero estaría bien que todo aspirante a director de cine cogiese una libreta y un bolígrafo, que se acercase a la sala de cine más cercana y apuntase todo lo que ve en la pantalla. El cine es cuidar lo que aparece en cada centímetro de la pantalla, en cada fotograma. Es el arte de la sugerencia y del  manejo de las emociones. Kathryn Bigelow ha alcanzado su madurez plena en lo que a la profesión se refiere y al resultado le hemos llamado en España «La noche más oscura».

Llegados a este punto, pensarán ustedes que el análisis de una cinta tan perfecta como este crítico afirma debería ser sencillísimo. Pues nada más lejos de la realidad, ya que «La noche más oscura» tiene un importante defecto que no puede ni calificarse como defecto. Ahora no parece tan sencillo, ¿verdad? Empecemos a dar respuestas para clarificar todo esto un poco.

Kathryn Bigelow rompe la barrera que separa al común de los mortales de los genios. No lo había hecho con «En tierra hostil». Aquella no fue su gran obra. No es ni remotamente comparable al filme que hoy nos ocupa. Bigelow alcanza el nivel de «maestra» dentro del oficio con una desbordante personalidad y estilo que impregnan cada segundo del metraje. Resulta abrumadora la facilidad que muestra la directora en el manejo de toda suerte de táctica narrativa. Funciona como un metrónomo. En ningún momento se le va el material de las manos. Todo está bajo control. Esto es cine y Kathryn Bigelow pertenece a ese pequeño grupo de individuos que han logrado el conocimiento absoluto de la profesión.

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Lo que ocurre es que «La noche más Oscura» apenas deja espacio para las emociones humanas más allá de la obsesión de un grupo de individuos por lograr un objetivo. Ese objetivo se llama Osama Bin Laden y la obsesión de sus protagonistas es la fiel representación de la obsesión de una sociedad. Así avanza implacablemente el filme. Bin Laden es lo que en cine viene a llamarse un «Macguffin». De modo que se camina siempre hacia adelante, pero mirando al suelo. Se olvida el motivo por el que se busca al líder de Al Qaeda. Quedarán atrapados en la misma dinámica que Maya, la agente de la C.I.A. interpretada magistralmente por Jessica Chastain, en un mundo sin espacio para los sentimientos y sabrán ustedes valorar la maestría del filme para arrastrarles al corazón de la historia, pero difícilmente sentirán algo más allá que la admiración de la perfección. «Zero Dark Thirty» es, en este sentido, como un consolador.

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La cinta tiene nivel de sobra para lograr el Oscar este año. Probablemente sea el mejor filme del año. Juzguen ustedes hasta que punto les afecta la carencia de emotividad de la película. No vayan a pensarse que es burdo panfletismo americano. Retrata la caza de Bin Laden con todas sus luces y sus sombras. El realismo es tal, que en la C.I.A. ya se están cortando cabezas por las filtraciones de algún agente al guionista del filme. A esa sensación de realidad contribuye poderosamente Jessica Chastain. Se agradece encontrar a un personaje que no deja de evolucionar en ningún momento de la película y que culmina en un último plano antológico.

Son más de 150 minutos de metraje en los que no se aburrirán ni un solo momento y en los que podrán disfrutar de cine de espionaje como no se veía desde hace años. Especial reconocimiento para un desenlace que les tendrá pegados a sus butacas sin respirar durante 40 minutos. Si ustedes necesitan que el cine les ofrezca emociones humanas distintas a la profunda obsesión que impregna todo el filme, saldrán de la sala con la sensación de que les ha faltado algo, pero no duden que, en todo caso, volverán a sus casas con la certeza de que han presenciado lo más cercano a la perfección que se puede encontrar en una sala de cine.