Crítica «Los Miserables»

A la enésima fue la vencida. Cuando Tom Hooper decidió ponerse al frente de una nueva adaptación de la obra de Victor Hugo, la cosa sonaba a canción escuchada. Muchos habían afrontado tan loable empresa con dispares resultados. Lo que ocurría en este caso, es que el realizador británico tomaba como punto de partida el aclamado musical de Claude-Michel Schönberg y Alain Boublil, lo que suponía un claro punto de ruptura con anteriores tentativas de afrontar la obra. El director de «El discurso del rey», un presupuesto importante y una plantilla de estrellas de gran calibre convertían a «Los Miserables» en una de las grandes apuestas cinematográficas de la temporada, y el día de Navidad era su puesta de largo con la gran pregunta: ¿Está a la altura de las expectativas? No. Está por encima. «Los Miserables» es, de largo, el filme más brillante que ha pasado por nuestras pantallas en bastante tiempo.

El aquí firmante no se puede decir que sea un enamorado del género musical, de ahí la sorpresa al alcanzar tales cotas emocionales junto a Jean Valjean y compañía. Hasta el momento, la cinta había generado una gran discrepancia entre la crítica. Muchos la adoraban, pero un buen puñado de detractores odiaban el filme con tal vehemencia, que había logado instalar entre el gran público un preocupante sentimiento de desconfianza. Todo mi respeto para esos compañeros, pero me resulta difícil comprenderlos. ¿Con qué razones puedo sostener estas afirmaciones? Pues lo propio es que empieze a explicarme.

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En primer lugar hay que dedicarle unos instantes a la dirección del filme, y es que resulta que Tom Hooper es más de lo que parece a simple vista. Con «Damage Unit» demostraba ya un estilo visual tan poderoso, como personal. «El discurso del rey» le valía el reconocimiento internacional, además de un Oscar para él y otro para su película. Para muchos, los galardones suponían un premio excesivo para un realizador con tan corta trayectoria, pero lo cierto es que supuso poner en la retina de todos y dar rienda suelta a un director de talento incomparable. En «Los Miserables», Hooper rechaza de plano el conservadurismo imperante en el mundo del musical, donde la labor del director queda oculta tras un montaje simplón donde se cambia de plano al ritmo de la música y las deficiencias argumentales se esconden tras luces y ruido (vease el caso de «Moulin Rouge» y «Chicago»). Tom Hooper arriesga en cada plano. Es capaz de mantener al actor cuatro minutos en primer plano o de llevar un plano general desde más de doscientos metros de altura hasta los cascos del caballo de Russell Crowe. El director británico no es Baz Luhrman. Hopper tiene estilo y arrojo de sobra. Aplauso para la dirección y el montaje. Para las interpretaciones vamos a colocar a continuación un punto y aparte, porque se han ganado un párrafo para ellos solos.

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No es fácil encontrar a media docena de actores tan entregados a una causa. Hugh Jackman en el papel de Jean Valjean logra una de las interpretaciones más poderosas y emotivas del año. El actor australiano regala con su magnífica voz alguno de los mejores momentos del filme. Jackman depliega toda su capacidad interpretativa en un género en el que se encuentra de lo más cómodo. Toda una sorpresa. A él se añaden Eddie Redmayne (un valor en alza), Amanda Seyfried, Samantha Barks (gran debut) e incluso Russell Crowe (a pesar de ser el que parece más incómodo en el registro). Sobre Anne Hathaway y su Fantine se deberían escribir tesis universitarias. Pocas veces, muy pocas, se puede disfrutar una interpretación como la que nos regala Hathaway. Cada minuto que aparece en imagen hace a uno sentirse enamorado del cine. Especialmente, cuatro minutos de canción en primer plano y sin cortes, en los que la actriz canta con un dolor explícito que se clava en el corazón del espectador. No se puede describir. Tienen que verlo.   

No se lleven a equívocos con lo que van a presenciar en sus pantallas de cine. Es un musical puro, más de un 95 por ciento de los diálogos son cantados y su metraje alcanza las dos horas y media. Conviene recordar que para gustos, los colores, pero de lo que si puede darles garantía absoluta un servidor es de que «Los Miserables» es cine del que no se olvida al salir de la sala. Cine del bueno. Del que cala hasta los huesos.