Nos encontramos ante un relato de cine negro. Con apenas una hora y cinco minutos de duración, “Detour” o “Desvío” se convierte en una historia redonda, fácil, sin tramas complejas que la enreversen buscando sorprender al espectador a toda costa: no, esto más bien se trata de una oda a la mala suerte.
Edgar G. Ulmer, director de la película, contaba con un presupuesto de apenas 20.000 dólares para rodarla, pero esto no se convierte en un inconveniente, sino en todo lo contrario, pues azuza el ingenio para aprovechar bien el dinero y hacer un buen trabajo con sus escasos recursos. Además, el rodaje tan solo le tomó seis días… O eso dice el mito. En realidad, fueron algunos más, pero no muchos más. Veintiocho para ser concretos. Fue el propio director quien se flipó un poco en algún comentario hacia el final de su carrera.
Anécdotas a un lado, Ulmer nos sumerge en una pesadilla en blanco y negro donde la voz en off del protagonista relatándonos su experiencia y los juegos de luces contribuyen a crear una atmósfera asfixiante, sobrecogedora, para que compartas con el protagonista el agobio que supone su situación.
Y es que él, Al Roberts (Tom Neal) es un hombre enamorado de una cantante que se le va a Los Ángeles. No tiene medios económicos para seguirla y vosotros sabéis lo grande que son los Estados Unidos, así que no se le ocurre otra cosa que hacer auto-stop desde Nueva York. Por el camino se encuentra con un buen samaritano, Charles Haskell (Edmund MacDonald) que decide ofrecerle un asiento en su coche, pero, ¡ay! ¡En qué momento se le ocurre a Roberts aceptar!
Se turnan para conducir y el tal Charles se queda frito y si no soltaba las zzzz por la boca es simplemente porque, en realidad, está muerto. ¿Y quién va a creer a Roberts de que fue una muerte natural? Nadie. Charles tiene un buen coche y cerca de setecientos dólares en su cartera.
Roberts decide proseguir con el viaje en el mismo coche, con la ropa de Charles y su documentación. Una atractiva autoestopista necesita un empujoncito y Roberts, por devolverle el favor al destino, la invita a subir. Vera (Ann Savage), que así se llama la chica, reconoce la trampa porque ya había estado en el coche de Charles Haskell, así que tratará de chantajearle y sacar el mayor partido de la situación.
Sesenta y cinco minutos asfixiantes, entretenidos y sin un trozo que sobre ni nada que falte. La maldad de Vera es incalculable, tanto como su ambición, algo que, honestamente, no se puede reprochar a la chica. Quizá algo sobreactuada en algunas escenas, pero se me antoja más que es el paroxismo de quien tiene el poder en sus manos.
Interesante película que los amantes del cine no deben dejar pasar: pocas escenas, pocos actores, pocos recursos y, sin embargo, un resultado infalible. Le ponemos un sobresaliente bajo.