«El señor de la gran mansión», cine francés para degustar

El cine francés es raro por definición. Me recuerda un poco al arroz con pollo que se sirve en casa: está muy rico y disfruto de su sabor, pero, cuando menos me lo espero, mis pobres muelas se topan con un hueso pequeño que me desconcierta y casi, casi, me amarga la comida. Con las películas de manufactura franca me ocurre algo parecido: siempre hay algo que me chirría.

Y con «El señor de la gran mansión» no ha sido diferente, aunque me ha gustado muchísimo y me ha dejado con tanta satisfacción como el arroz con pollo.

Su título original es «Je suis le seigneur du château«, que es más esclarificador todavía. Dirige Régis Wagnier, aunque esto no me decía nada cuando me arriesgué a verla. Tampoco influyó en mi elección que la historia esté basada en un libro de Susan Hill, autora también de «La mujer de negro«. No tengo ni idea de cómo es el libro, pero la película que protagoniza Daniel Radcliffe es horrible. La escogí por simple y llana curiosidad.

El argumento nos advierte de que el señor Bréaud se queda viudo y decide contratar a una criada para alegrar la vida de su castillo y a su hijo pequeño, que es un niño repelente y un pelín espeluznante. El problema radica en que la criada también tiene un hijo en una edad similar y los chicos, pese a ser los únicos infantes del castillo (porque el título no sólo es una metáfora, hay un castillo de verdad, un «sható» francés), no se llevan bien.

La película profundiza en la relación de los niños; unos niños tan bien dirigidos que a veces dan hasta miedo. Sin querer desvelar mucho de la historia, la tensión entre los mocosos no termina de resolverse y te tienen en vilo hasta el final con su tira y afloja. Hay escenas terriblemente buenas en todos los sentidos.

El director ha querido hacer una película íntima,  con muy pocos personajes, con una fotografía sin muchos detalles, para que te obligues a centrarte en los lazos, en desear desentrañar el misterio de la interacción infantil, en los diferentes mecanismos de defensa para enfrentarse a una situación similar.

Al mismo tiempo, también interviene la relación de los dos adultos, que salta a la vista lo que se cuece entre ellos: señor viudo y criada guapa es igual a familia numerosa en pocos años. Esto es así. No lo podemos discutir. Pero también es la parte que más me choca, puesto que el hijo de la criada lo pasa mal por el trato denigrante al que lo somete el diablo rubio y ella parece preferir el dinero. Quizá el chiquillo del ricachón le dé pena, pero debería ordenar sus prioridades.

En cualquier caso, «El señor de la gran mansión» es una interesante opción para una tarde sin pretensiones. No hace falta que te gusten los niños: los protagonistas (Régis Arpin y David Behar) lo son, pero no hacen tonterías, no hacen preguntas estúpidas, no te hacen rodar los ojos con desesperación. Al contrario, te atrapan, te demuestran que la crueldad no tiene edad, que la confianza en uno mismo puede aparecer en los peores momento y mil cosas más.

La parte mala, que la tiene, son, curiosamente, los adultos. Las actuaciones no están mal. No pueden competir contra los chavales, pero no están mal. Su historia pasa demasiado deprisa, demasiado pronto, y ella, una exuberante Dominique Blanc, a veces me parece que se pasa con sus expresiones. Terminé cogiendo manía a esa cara de bobalicona que pone en los besos.